Entre los organismos vivos, la mayor parte del comportamiento es innato en el sentido de que cualquier miembro de una especie mostrará de manera predecible cierta conducta sin haber tenido ninguna experiencia particular que conduzca a ella (por ejemplo, un sapo que atrapa una mosca que se desplaza dentro de su campo visual). Sin embargo, algo de este potencial innato de conducta requiere que el individuo lo desarrolle en un ambiente completamente normal de estímulos y experiencias. En los seres humanos, por ejemplo, el habla en un niño se desarrollará sin ningún entrenamiento especial si el pequeño puede escuchar e imitar el habla en su propio medio.
Cuanto más complejo es el cerebro de una especie, más flexible es su repertorio conductual. Las diferencias en la conducta de los individuos se originan en parte en las predisposiciones heredadas y parcialmente en sus distintas experiencias. Hay un estudio científico continuo sobre las funciones relativas de la herencia y el aprendizaje, pero ya es claro que el comportamiento resulta de la interacción de dichas funciones, no de una simple suma de las dos. Al parecer, la sola capacidad humana para trasmitir ideas y prácticas de una generación a otra, así como de inventar otras nuevas, ha resultado en las variaciones prácticamente ilimitadas en las ideas y conductas que se asocian con las diferentes culturas. El aprendizaje de habilidades musculares ocurre sobre todo mediante la práctica. Si una persona ejercita los músculos una y otra vez de la misma manera (lanzando una pelota), el modelo del movimiento puede tornarse automático y ya no necesitará ninguna atención consciente.
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